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Pepe Dasí, agricultor arrocero. El Levante 1969

Es bajo, de corpachón fuerte. Sus ojos se esconden al reír como protegidos por las cejas, pobladas y negras. La cara tiene surcos marcados y a pesar de su rudeza, cuando habla del pueblo, de los campos, o de su niñez, refleja una expresión emotiva, melancólica.

-El Saler ya no es el Saler. No quedan casi barracas, que eran nuestro orgullo. Mi padre, cuando vino de Cuba, lo primero que hizo fue mercar un

a. Todos le llamaron el Cubano, porque se había pasado allá 4 años y 42 días. Mi padre nos contaba muchas historias. Saliendo al mundo se aprende mucho, pero mire, yo no quiero salir. Ayer estuve en Valencia y me enfadé; si no te coje un coche por la derecha, te coje por la izquierda… ¡qué mareo! Ya no vuelvo más.

Habla muy aprisa y acciona con sus manos morenas, de uñas chatas.

-Por los que le conté, a mí me conocen como Pepe, el hijo del Cubano, o Pepe, el Nabero, que esto viene de mi abuelo.

Estamos en el patio de su casa, encalado lleno de plantas. La cocina está adornada con azulejos antiguos y con muchos jarros de cerámica popular. A la entrada del dormitorio, junto al Ave-María de escayola, hay dos manojos de espigas de arroz.

Pepe, el Nabero, colocó su silla al sol. Tiene las manos apoyadas sobre las rodillas, el cuerpo inclinado hacia adelante.

-Esto es un rincón lleno de paz. Y que no me vengan con las ideas de derribar esta casa para hacer apartamentos. A mis chicos les he dicho muchas veces: ¨Cuando yo me muera, haced lo que os dé la gana, pero mientras viva quiero que siga todo como estᨿQué es eso de vivir en alto, en un piso? Yo quiero tener mi pozo, mi patio y mi cambra. Se acabó.

LAS CAMISAS DE BLASCO

Levanta la cabeza y guiña sus ojos.

-Bonito será esto, cuando un escritor como Blasco Ibañez venía a inspirarse, a tomar apuntes, a charlar con la gente. Yo era pequeño. Los chiquillos le seguíamos; como si lo viera, con su bigote, con su traje blanco, con una camisa que a todos nos llamaba la atención, porque se sacaba el cuello por fuera. ¿Usted a leído ¨Cañas y barro¨? Yo me la sé de memoria; la terminaba y la volvía a empezar. A veces la piel se me ponía de gallina. Menos mal que escribió ese libro, porque cualquier día le dan un cambiazo a la Albufera, se mueren los viejos, y ya nadie puede contar cómo era. Los hijos ya no piensan igual; y los nietos menos. El tiempo, el tiempo…

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